Caminar por Bogotá es recorrer una ciudad que, en su afán de crecer, ha olvidado la importancia de hacerlo bien. Entre 2000 y 2024, la densidad poblacional aumentó un 21%, pasando de 158,9 a 192,3 habitantes por hectárea, según el DANE. A pesar de ello, seguimos atrapados en un modelo de urbanización obsoleto que nos obliga a desplazarnos cada vez más lejos para vivir, trabajar o estudiar. La falta de un plan de densificación inteligente ha convertido la movilidad en un desafío diario y ha deteriorado nuestra calidad de vida.
Recuerdo cuando Bogotá era una ciudad con desplazamientos de media hora entre los principales puntos urbanos. Hoy, recorrer esas mismas distancias puede tardar el doble o más. No es solo el crecimiento poblacional, sino la falta de infraestructura adecuada lo que ha llevado a este colapso. Es urgente repensar el modelo urbano y apostar por la densificación. No se trata de construir más sin control, sino de hacerlo con planificación, garantizando el espacio público y el acceso a servicios esenciales.
Un ejemplo claro de las consecuencias del crecimiento desordenado es la movilidad. Mientras otras ciudades han desarrollado sistemas de transporte masivo eficientes, Bogotá sigue dependiendo de un sistema de buses colapsado y de una línea de metro en construcción que llegará demasiado tarde.
En los años 80, un grupo de ingenieros japoneses propuso construir cuatro líneas de metro en un plazo de diez años. La propuesta fue rechazada, y hoy pagamos las consecuencias de esa decisión. La movilidad es el reflejo más evidente del problema estructural de la ciudad.
El modelo de densificación que propongo no se basa en simplemente construir más edificios. La clave está en incentivar la edificación en altura de manera ordenada. En lugar de edificios bajos que ocupan grandes extensiones de suelo, deberíamos permitir torres más esbeltas que dejen espacio para plazas, andenes amplios y zonas verdes.
Ciudades como Nueva York y Chicago han implementado este modelo con éxito, generando entornos más habitables y con mejor calidad de vida. Pero aquí en Bogotá seguimos viendo edificios de 10 pisos recortados como si hubieran sido pasados por la misma tijera, sin dinamismo ni gracia arquitectónica.
Pero la densificación no es solo un tema de movilidad y espacio público. También impacta la seguridad y los servicios básicos. En una ciudad dispersa, el control policial es más difícil y costoso. En cambio, una ciudad con mayor densidad puede ser más fácil de vigilar con cámaras, mayor presencia policial y mejor iluminación en el espacio público.
Sin embargo, esta transformación debe ir de la mano con la modernización de la infraestructura. Barrios como Cedritos ya han evidenciado problemas con el alcantarillado y el suministro de agua debido a la proliferación de edificios sin una planificación adecuada. ¿Cómo es posible que en plena ciudad existan tuberías de cerámica de hace casi 100 años? Se rompen, generan filtraciones, dañan estructuras enteras y siguen sin ser reemplazadas.
La solución pasa por flexibilizar las normas de altura en la construcción, siempre y cuando esto garantice un uso eficiente del suelo y una inversión en infraestructura. También es necesario impulsar políticas que garanticen la creación de nuevos espacios públicos en cada proyecto de densificación.
En ciudades como San Francisco o Los Ángeles, uno puede caminar por el centro y encontrarse con plazas abiertas y esculturas que decoran espacios de uso público. Eso no ocurre por casualidad: los desarrolladores reciben incentivos de altura a cambio de ceder estos espacios a la ciudad.
Si Bogotá sigue creciendo sin un plan claro, nos encaminamos a un colapso urbano mayor. No podemos seguir estirando la ciudad hacia los extremos sin fortalecer su centro. Densificar no es una opción, es una necesidad. El reto está en hacerlo bien. Para ello, necesitamos una visión de ciudad a largo plazo, en la que autoridades, urbanistas y ciudadanos trabajemos juntos para construir una Bogotá más compacta, eficiente y habitable. De lo contrario, seguiremos atrapados en un círculo vicioso de congestión, deterioro y falta de oportunidades para todos.